Exposición del historiador Federico Lorenz en el 23º Encuentro de Geohistoria Regional “Aún nos cuesta ver la historia común entre las Malvinas y el continente”


Empecé a estudiar Malvinas a partir de la guerra de 1982, me interesaba ese episodio bélico y no mucho más. Ese interés fue creciendo al punto de inscribir a esa guerra en una historia mucho más larga.  Hagamos un ejercicio: si le preguntamos a la gente a bocajarro, en la calle, a qué asocia Malvinas seguramente dirá algo negativo de la guerra de 1982. Es lógico, fue hace poco y aun hoy no encontramos explicaciones completas o satisfactorias para lo que sucedió y el cementerio nos recuerda el costo de una aventura militar. En las islas sucedieron muchas cosas más. Y entre las islas y el continente también.


Hay historias de ida y vuelta entre Malvinas y el continente como los misioneros que salieron de la isla Keppel, al oeste de la Gran Malvina, rumbo a Tierra del Fuego.


“Al instalar los derechos de los isleños a autogobernarse, los británicos corrieron la cancha en la disputa por Malvinas”, afirma Lorenz.
Además las Malvinas están asociadas a la historia de la marinería, a las arriesgadas travesías para pasar el Cabo de Hornos y también al contrabando y a los naufragios.

Puerto Stanley -rebautizado como puerto argentino durante la guerra- es adonde generaciones de marineros de todas las naciones atracaban cada tanto para secarse los pies.

Más allá del conflicto por la soberanía, hay una historia común entre el archipiélago y el continente, entre argentinos y malvinenses, solo que es muy difícil pensarla así. Es difícil por el dolor de una guerra, por la forma agresiva que Inglaterra ha incidido en la historia de naciones como la Argentina y también por cómo hemos aprendida la historia en la escuela y en la calle, en uno y otro lado del Atlántico.

Aprendimos que las Malvinas fueron, son y serán argentinas sin preguntarnos muy bien por qué. Propongo que nos preguntemos con más elementos qué significa que lo sean. Pienso que no es productiva la actividad intelectual que solo las ve como robadas, como ausentes, como si desde 1833 hasta el presente no hubiera habido una cantidad de datos geográficos, económicos entre las islas y el continente.

Qué pasaría si en lugar de pensar a partir de la discordia lo hiciéramos a partir de los puntos en común. Vale hacerle nuevas preguntas a ese pasado porque las personas somos lo que elegimos recordar. Así como una forma de vernos como nación nos llevó a la guerra, porque las Malvinas son tan importantes que valió la pena morir por ellas, deberíamos pensar las cosas de otra forma.

Desde la perspectiva del despojo vemos a los isleños como ingleses sin pensar que muchos de ellos descienden de familias que vivieron en las islas mucho antes de que el estado argentino alcanzara su actual extensión territorial.  

Los isleños antes que ingleses son malvinenses, tanto como un argentino puede ser cordobés, puntano, correntino o fueguino. Es más, comparten gran cantidad de rasgos con los argentinos patagónicos.

Los kelpers han aprendido a recelar de los argentinos, se sienten amenazados aunque eso nos parezca ridículo desde esta orilla. Cuando uno va a Malvinas encuentra en la gente más grande el temor de que los invadamos otra vez.

Pensar en una historia común con las islas probablemente nos llevaría a defender de otra manera nuestros derechos y no a olvidarnos de ellos. Seguramente haría que los habitantes de las islas pensaran en los argentinos de otra manera.

Imaginar a Malvinas por encima de la historia nacional es pensar en un archipiélago en el Atlántico Sur en un sistema regional de relaciones, en otro espacio y con otras personas. Sería un cambio importante porque nos obligaría a pensar que además de rupturas y enfrentamientos diplomáticos hay una trama de relaciones comunes que merecen ser revisadas con otras preguntas y que probablemente escriba otro tipo de historia.

Desde 1982 tenemos un estancamiento en la cuestión diplomática y nos preguntamos si es posible romperlo. Además la victoria británica trajo profundas consecuencias: desde 1985 hay una importante base militar y en la isla viven tres soldados por cada civil. Como los principales aliados de Estados Unidos los británicos refuerzan su posición atlántica en una red de puntos de apoyo, militar y de comunicaciones. Ya no se trata solamente de la usurpación de un territorio argentino, sino de una amenaza extranjera a otras naciones que buscan su lugar en el mundo, como Brasil que encontró petróleo off shore hace poco y es una de las potencias emergentes de este tercer milenio.

La corona británica encontró un nuevo elemento para negarse a negociar e ignorar los reclamos argentinos: su declamada preocupación por los derechos de los habitantes de Malvinas. Con el paso de los años desplazó la disputa por el territorio hacia lo que considera el reconocimiento del derecho de los malvinenses a la autodeterminación. Esto es muy importante no perder de vista porque los derechos históricos y geográficos son ejes argumentales que organizan el sentido común de los argentinos sobre Malvinas, sumado a la sensibilidad que nos dejó la guerra.

Necesitamos pensar a las Malvinas de otra manera. En 2013 recorrí las islas despojado del peso de buscar documentos de la guerra, que cargué en la primera visita. Me encontré con un paisaje muy parecido a la Patagonia continental, tanto en su historia como en su fisonomía. Malvinas son parte de la Patagonia y la Patagonia no sería la misma sin las islas. Ahí me di cuenta que en 1982 fue derrotada una idea de nación que los argentinos tuvimos por décadas y que nos llevó a la guerra.

Desde que comencé a investigar el tema, a principios de los 90, me topé con las dificultades propias de una cuestión donde se mezclan la frustración, el orgullo y el dolor no satisfechos con ninguna explicación.

Si hacemos el ejercicio intelectual de imaginar que los argentinos no tenemos toda la razón podríamos precisar mejor cuáles son nuestros deseos con Malvinas. Podríamos entonces organizar mejor nuestra política hacia las islas y estar más atentos a sus habitantes. Debemos reflexionar sobre el país que fue a la guerra y que emergió de la derrota.

Pensar de una manera diferente la historia de las islas Malvinas es pensar en una historia diferente; pensar nuestro país regionalmente, descentrado de Buenos Aires, por ejemplo.

Cuando empecé a investigar me preocupaba la injusticia de ignorar la historia de los combatientes, los muertos y los sobrevivientes, sentí culpa ante ellos porque creía que de alguna manera los traicionaba pero en las islas me convencí que lo más injusto es perpetuar las causas de sus muertes, pienso que la mejor forma de honrarlos es crear una política democrática y un espacio con paz y memoria en el Atlántico Sur. Eso obliga a dar una serie de pasos bastante importantes: a tender la mano, escuchar y probablemente a asumir la posibilidad de tener que ceder en algo.



Un malvinólogo

Lorenz nació en Buenos Aires en 1970. Es historiador e investigador adjunto del Conicet y enseña Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Publica con regularidad artículos de opinión en medios argentinos y del exterior. Escribió varios libros sobre el conflicto bélico y la historia del archipiélago: Las guerras por Malvinas (2006, reedición ampliada en 2012), Fantasmas de Malvinas. Un libro de viajes (2008), Malvinas. Una guerra argentina (2009), y Unas islas demasiado famosas. Malvinas, historia y política (2013).