LO QUE FALTABA DE MALVINAS . POR P. JAVIER OLIVERA


malvinasPor Ricardo Tabossi[1]   Entre los más gratos deberes que incumbe a un gobierno es, ciertamente, el de manifestar, por testimonios públicos, la gratitud que debe la República a sus soldados que, haciendo honor a su estirpe criolla, pelearon por el honor y seguridad de su patria.                                                                                                                                     La necesidad que tienen los hombres que viven de las grandes idealidades de la patria, independientemente del color político de los gobiernos, es la razón por la que se otorgan, por ejemplo, condecoraciones y distintivos, como forma de perpetuar acontecimientos memorables y gloriosos.


   Decir lo que significa un distintivo de guerra, parece inútil por sabido. Es un premio a la gloria marcial, rememora acciones colectivas y personales de bravura, de sacrificio, de abnegación. Es el reconocimiento que abriga la nación hacia sus heroicos defensores.


   Según parece, fue Roma la que creó este tipo de distinciones. En la Argentina, se otorgó un distintivo por primera vez en 1806, cuando el Cabildo de Buenos Aires premió a los voluntarios que combatieron CONTRA LOS INGLESES en la acción de Perdriel, con resultado adverso. El distintivo entregado en demostración de gratitud de sus heroicas acciones, consistió en medallas de figura oblonga con las armas de la ciudad en relieve y lema: “Voluntarios reconquistadores de Buenos Aires”, de un diámetro de 33 X 32 mm., a usarse en el brazo izquierdo. Un total de seis distinciones, medallas y escudos especiales, con distintas leyendas, figuras y formato, se acuñaron en aquella oportunidad con motivo de las Invasiones Inglesas. Entre los distinguidos figuraron algunos caciques pampas y araucanos, por haberse ofrecido con gentes y caballos a expulsar a los “colorados”, como decían los indios de los británicos.

   ¿A qué viene todo esto?

   Hemos leído en El Malvinense, boletín N° 1175, que el Poder Ejecutivo ha prohibido el uso de distintivos de Malvinas en el uniforme del Ejército Argentino.

   Dice el comunicado interno del 30 de octubre, emitido por el Jefe del Ejército Gral. César Milani: “Se prohíbe la utilización de escudos, distintivos de aptitud especial de la campaña CONFLICTO ARMADO con el Reino Unido de Gran Bretaña por la RECUPERACIÓN de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur”.

   Un contrasentido, porque “recuperar” quiere decir volver a tomar lo que antes se tenía. De modo que si la campaña contra los ingleses fue para recuperar lo nuestro, no se entiende porqué se suprime el símbolo de aquél acto soberano, a menos que lo nuestro no sea nuestro, por más que se lo declame. En este caso, los argentinos no recuperamos, sino que invadimos. Argumento inglés.

   Entonces, sí, se entiende la supresión del distintivo, que es un metal esmaltado que representa una bandera argentina con las Islas Malvinas de color verde, de 35 X 15 mm, formado su entorno por un filete dorado de 1 mm. Se usa en la chaquetilla arriba del bolsillo izquierdo.

   No es casualidad que entre los distintivos de 1806 y de 1982 haya una continuidad histórica, al conmemorar hechos de armas idénticos. No es casualidad, porque si hubo alguien que de forma recurrente y pertinaz agredió –y sigue agrediendo- a la Argentina, ese país es Inglaterra.

   Pero pensándolo bien no nos sorprende la medida adoptada por el Comandante Milani, desde que políticos y medios de comunicación masivos, bogando al son de la flauta de Hamelín, califican la Gesta de “loca aventura militar”, y llaman“chicos de la guerra” a los combatientes que, siguiendo las huellas de Liniers, Belgrano, San Martín y Mansilla, alumbraron con resplandor magnífico y viril las cualidades de una raza que dio independencia a medio continente.

II

   Shakespeare relata que en la batalla de Agincourt, librada en la festividad de San Crispín (25 de octubre de 1415), el rey Enrique V, a pesar de tener sus tropas agotadas, disminuidas y hambrientas, amonestó a su primo por lamentarse de no contar con más hombres que permanecían ociosos en Inglaterra:

“No, mi primo, ¡fe!, no anheles ni un inglés más.
Cuanto menos hombres, mayor será la porción de gloria de cada uno.
Si el pecado es ansiar honor,
Soy el alma más pecadora que haya habido.
Hoy es el día que llaman la fiesta de San Crispín:
El que sobreviva a este día y vuelva a casa,
Se alzará sobre las puntas de sus pies cuando se mencione esta fecha.
Los viejos olvidan; es más: todo será olvidado.
Todo, salvo las proezas logradas este día.
Los hombres buenos enseñarán esta historia a sus hijos,
Y el día de San Crispín nunca se olvidará.
Desde hoy hasta el fin del mundo,
Y con él seremos recordados nosotros.”
   También Napoleón, refiriéndose a la batalla de Austerlitz, dijo a sus soldados: “Me siento orgulloso de vosotros. Será suficiente con decir ´Estuve en la batalla de Austerlitz´, para que respondan ´Ahí va un valiente´.”

   ¿Nos alzamos los argentinos sobre las puntas de los pies cuando se menciona el 2 de abril? ¿Recordamos con orgullo la Gesta de Malvinas? ¿Sacamos las banderas a los balcones en la víspera de aquél día?

   Todo se ha olvidado. Hasta la proeza de haber sepultado en el atlántico Sur a los Caballeros de la Mesa Redonda.

   Al proceder así: olvido, silencio, falacias, eliminación del símbolo que distingue y jerarquiza la hidalguía del combatiente, será difícil remontar en espíritu las corrientes del tiempo y emprender airosos las jornadas del porvenir.

Ricardo Tabossi