A la guerra sí, al desfile no. Por: Fernando Morales


(opinion.infobae.com) A 32 años de haber abandonado (esperemos que para siempre) las pretensiones de ser una alternativa de poder, los altos mandos militares afrontan por estos días preocupaciones mucho más modestas que las que desvelaban a sus pares del siglo pasado.


Fernando MoralesAlgunas no obedecen a objetivos muy lícitos, aunque sean apañadas por el máximo escalón del poder político. Se relacionan con el estudio de la conflictividad social, la neutralización de jueces y fiscales y espionajes varios. Otras mucho más humildes pasan por tratar de evitar que se sigan hundiendo naves surtas en puerto e intentar frenar los cada vez mayores desprendimientos de mampostería y mármoles que recubren las paredes exteriores del edificio sede de la fuerza y que evidencian una decadencia casi terminal.

Estos 12 años de “disciplinamiento” severo han rendido sin lugar a dudas sus frutos. Se puede emitir una orden mediante la cual se eliminen de los cuarteles todos los retratos de militares que atentaron contra la democracia; pero es más “placentero” hacer que el jefe del ejército los descuelgue con sus propias manos y en cadena nacional. Se puede expropiar una escuela militar por lo que algunos militares hicieron en su interior; pero es más” redituable” hacérsela entregar al jefe de la marina durante el acto en el que se recordaba el 147° aniversario de la muerte del fundador de esa fuerza. Se los puede visitar en su propia casa el día que recuerdan a sus caídos en Malvinas con un mínimo respeto, o se puede saludar al paso de la bandera de guerra con las manos en… los bolsillos y charlando distendidamente o mandando mensajitos de texto con el celular; todo suma y todo aporta al proceso de transformar la lícita subordinación militar al poder político en sumisión reverencial de sus jefes máximos a todo tipo de caprichos y trapisondas de los funcionarios a los que no se atreven a contrariar ni tan solo en lo más mínimo y elemental. Un mes más en el cargo al fin de cuentas, es un mes más de chofer, viáticos y sueldo sin quitas.


Casualmente mientras doy a luz esta columna querido amigo lector, se llevan adelante en Puerto Belgrano los actos centrales por un nuevo aniversario del combate de Montevideo. Un rotundo triunfo de la escuadra al mando de Guillermo Brown ( aquel marino mercante irlandés, que se enamoró de estas tierras y se armó para defenderlas, convirtiéndose en el primer Almirante de lo que es hoy nuestra Armada Argentina) Por pedido expreso del ahora “bañado de humildad” Agustín Rossi, los actos serán a puertas cerradas, en la intimidad del cuartel; solamente con la tropa y aquellos invitados íntimos que por su comprobada buena educación y respeto no le harán pasar al ministro momentos ingratos. Los gremios que nuclean al personal civil de las FFAA podrían en otras circunstancias, incomodarlo; pero ya la milicia se ha ocupado de evitarlo.

Usted sabe tan bien como yo – querido amigo- que en los últimos años vestir uniforme no es “fashion”, más allá de algunas excepciones como ser ir a trabajar a las villas de emergencia con órdenes expresas de no intervenir en ningún caso si observaran algún ilícito (no van como autoridad, van a servir al pueblo; esa es la consigna que regula su misión social) o de abrir sus bases para que la militancia pueda hacer festivales musicales o pasear en buques escuela, mejor tenerlos lejos, encerrados y con poco presupuesto a tal punto de haberlas transformado en inoperables y meramente figurativas. No obstante y seguramente fruto de la sumisión antes aludida, hace algún tiempo un alto jefe militar me decía sin sonrojarse: “Nunca los militares estuvimos tan bien como con este gobierno”. Seguramente se habrá referido a su situación personal en virtud del alto cargo que alcanzó durante esta gestión, porque sus subordinados inmediatos parecen no pensar lo mismo en términos institucionales y no personales.

Pero como el modelo es tremendamente elástico al punto de lapidar profesionalmente al hijo o al sobrino de un militar procesado por el simple hecho de compartir apellido mientras que al mismo tiempo lleva a la máxima jerarquía de la escala a otro militar sospechado en primera persona de actos ilegales, ahora, señores y señoras, tendremos finalmente un mega desfile para exponer al mundo nuestro “poderío bélico”.

En su afán de “festejar “ a como dé lugar, recordando que el súper operativo por aquel “ Bicentenario” de 2010 dio sus frutos, y conscientes de que para el otro -el correspondiente al 9 de Julio de 2016- falta mucho y además tendrá a Scioli o Macri como protagonistas, era necesario aprovechar este 25 de Mayo para intercalar el fervor de la militancia, con ciudadanos comunes que salgan a las calles tentados por los shows musicales y demás espectáculos soberbiamente montados por el escenógrafo oficial Javier Grosman (ese que en 2010 reemplazó a los soldados de verdad por actores disfrazados de militares de época).

Si bien el dispendio de fondos para estas cuestiones nacionales y populares no tiene límites, la milicia ofrece un atractivo extra que no se puede comprar así nomás; miles de soldados con sus armas (no importa que no sirvan ya para nada), unos cuantos vehículos pintados de verde, tal vez alguno de los seis tanques recientemente reciclados y un par de viejos aviones de combate siempre harán la delicia de grandes y chicos; si a ello le sumamos un hábil locutor que introduzca en cada glosa adecuadas menciones a lo mucho que avanzamos en la década ganada, mejor que mejor. Muchos generales y almirantes ya sueñan con un minuto de gloria pudiendo compartir el palco con “ella” aunque ni tan solo los salude como acostumbra a hacer las pocas veces en las que no le queda más remedio que “soportarlos en un acto”.

En su afán coreográfico el Señor Grosman imaginó algo sublime, miles y miles de veteranos de Malvinas desfilando; recibiendo la ovación del pueblo mientras marchaban luciendo sus medallas; el grueso de ellos promedia los 50 años, una mezcla perfecta de madurez y aptitud física para la marcha; por otra parte qué cosa sería más lógica que hacer desfilar a quienes pusieron en riesgo su vida en la única guerra librada por el país durante el siglo XX (recordemos que, cumpliendo fielmente con el relato oficial, la lucha contra la subversión no fue una guerra ni nada por el estilo).

Pero… ¿cómo hacer para que diez o veinte mil personas juren a los organizadores del festejo que tendrán un comportamiento políticamente correcto? ¿Cómo hacer para diferenciar a los veteranos de guerra que adhieren al modelo, de los veteranos del PRO, del Frente Renovador o del Socialismo? ¿Cómo evitar que un grupo de los “díscolos” Veteranos no reconocidos aproveche la ocasión para reclamar una vez más por lo que se les promete en privado pero se les niega en la práctica?

El todo poderoso General Milani movió sus fichas; no estaba solo en la movida sus hermanitos menores de las otras fuerzas se escudaron tras los soles que adornan sus hombros y Rossi apoyó el veto. Gloria, honor y bonitos discursos para nuestros veteranos; pero nada de desfiles ni honras públicas. La calle es solo para militantes devotos y militares obedientes. Esa es la síntesis del plan.

A esta hora de este día, todo está en proceso de planificación, todo puede pasar, todo puede cambiar y todo en definitiva dependerá del ánimo y deseo de una sola persona; es muy cierto que escribir esta columna me duele como Veterano de Malvinas, pero más me duele como marino comprobar la vigencia de aquella frase del general Manuel Belgrano: “No es lo mismo vestir el uniforme militar que serlo”.