EMILIO J. CÁRDENAS El Brexit y las islas Malvinas

La inesperada -y pésima- decisión británica de salir de la Unión Europea tiene ciertamente consecuencias de muy diversas naturalezas.

Emilio J. Cárdenas

Entre ellas, las que tienen que ver con lo que los británicos denominan, con alguna arrogancia, sus “territorios de ultramar”. Por ejemplo, con Gibraltar y las Islas Malvinas, dos usurpaciones históricas, aún no resueltas. O, dicho de otra manera, dos disputas de soberanía que se mantienen intransigentemente. Pese al paso del tiempo y a los reclamos de aquellos que jurídicamente tienen títulos soberanos, como es el caso de España respecto del Peñón, o el de la República Argentina en el ámbito del Atlántico Sur, que poco y nada tiene de británico.

La principal consecuencia de la intempestiva decisión británica de abandonar la Unión Europea tiene que ver con la previsible disminución de la influencia de Gran Bretaña en el mundo, en general. Influencia que ya se ha debilitado notoriamente, desde que no cuenta ni con la solidaridad, ni con el respaldo de los otros 27 países que conformaban con ella la Unión Europea.


Esta circunstancia, por sí sola, tiene consecuencias adversas. La primera se refiere a las exportaciones de los territorios de ultramar. En el caso concreto de las Islas Malvinas, a la lana y a la pesca, que hasta ahora se exportaban fundamentalmente al mercado unificado del que Gran Bretaña ya no forma más parte. Seguramente deberán, en más, enfrentar derechos y restricciones de importación, lo que afectará la competitividad de sus exportaciones.

 
Pero lo más grave probablemente es la circunstancia a la que se refirió en su momento el ex canciller británico William Hague, quien anticipó que en caso de retirarse Gran Bretaña de la Unión Europea, como está sucediendo, perderá lo que él denomina la “garantía solidaria” de los miembros de esa organización, “incluyendo la de aquellos que tienen fuertes vinculaciones históricas con América Latina”. Los dos casos más evidentes que se vinculan con los dichos de Hague (vertidos en una conferencia pronunciada en Chatham House, antes del referendo) son los de España y Portugal, países ambos que, por solidaridad aunque con evidente disgusto, en el pasado han tenido que endosar las posiciones británicas en diferendos tales como los mencionados de Gibraltar y las Islas Malvinas. En adelante los británicos ya no tendrán el endoso fácil del Viejo Mundo. Todo un cambio.

En el caso particular de Gibraltar, es hasta perfectamente posible que la libertad de circulación de sus habitantes quede muy pronto constreñida. Esto porque España ya no tendrá la obligación de permitir la circulación de los habitantes de Gibraltar por su propio territorio impuesta por la circunstancia de pertenecer España y Gran Bretaña, ambos, a la Unión Europea. No es pequeña cosa.

Habrá que esperar para analizar con más profundidad el impacto específico y real de Brexit en la disputa por la soberanía de las Islas Malvinas. Pero hay algo que puede ya anticiparse. La decisión británica no fortalece, sino que debilita, a ese país y a los habitantes de las Islas Malvinas, lo que naturalmente en principio beneficia a la contraparte, esto es a la República Argentina, que hoy ha dejado atrás la poco feliz cuota de animosidad que los Kirchner habían impuesto a la relación con los habitantes importados que residen en las islas.

Frente a esto, la actitud a asumir requiere de prudencia, paciencia y de mucha serenidad. Nadie nos apura en el camino hacia un objetivo esencial para los argentinos, como es el de recuperar las islas que los británicos nos rapiñaran a comienzos del Siglo XIX. El tiempo ha comenzado, de alguna manera, a jugar a nuestro favor. Sin precipitarnos, debemos comenzar a tomar conciencia de esta nueva circunstancia.

Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.