Antonio Rivero, pastor y esquilador de ovejas de la colonia de Puerto Soledad, acompañado de otros ocho gauchos, el 26 de agosto de 1833 se rebeló contra la autoridad inglesa y dieron muerte a algunos funcionarios. “Hasta enero –dice José María Rosa– estuvieron las Malvinas bajo el control de los gauchos de Rivero.”
Por José Luis Muñoz Azpiri (h) *
Las familias de los colonos ingleses fueron confinadas a un islote y alimentadas por los sublevados. En octubre llegaron algunos balleneros ingleses, pero no se atrevieron con los amotinados; debió esperarse a enero de 1834, en que una goleta de guerra consiguió imponerse y Rivero y los suyos cayeron presos. Se les hizo un proceso en el buque “Spartiate”, de la estación naval británica de la América del Sur. Tan inicuo, que el Almirante inglés no se atrevió a convalidarlo, y prefirió desprenderse del asunto desembarcando a Rivero y los suyos en la República Oriental del Uruguay. El cabecilla fue dado de alta en el ejército argentino por Rosas, para morir, como era su ley, el 20 de noviembre de 1845 peleando contra los ingleses en la Vuelta de Obligado.
Juan Carlos Moreno, figura consular de la historia malvinera, hizo una excelente síntesis de este hecho controvertido de la historiografía argentina; si bien el mérito de sacar a Rivero del anonimato se debe a la enconada labor de Martiniano Leguizamón Pondal, quién después de arduas investigaciones, de revisar archivos y de recoger la tradición oral subsistente en Entre Ríos, escribió ese precioso libro que tituló “Toponimia criolla de las Malvinas”.
Veamos que dice Moreno:
“Después de haber usurpado las islas Malvinas, con el abuso de la fuerza, el capitán inglés John James Oslow se alejó del archipiélago dejando 31 hombres, sin contar las mujeres y los niños. Poco después regresó a Puerto Soledad Mateo Brisbane, que había sido mayordomo del gobernador Vernet y ahora estaba al servicio de los ingleses. Dos extranjeros más estaban provisoriamente al frente de la comandancia: el capataz francés Simón y el carnicero irlandés Dickson. De los argentinos, ocho estaban en desacuerdo con el nuevo estado de cosas, capitaneados por Antonio Rivero, que había ido a las islas capitaneado por Luis Vernet.
Vernet tenía por costumbre pagar al personal con vales, que luego eran canjeados en la proveeduría. Dickson se negaba a reconocer los vales de los peones, y Simón ponía trabas para entregar el ganado manso como alimento, obligando a los paisanos a que se rebuscasen con las vacas chúcaras dispersas por los valles.
No pudiendo tolerar por más tiempo esta situación, los criollos se sublevan el 26 de agosto de 1833, atacan la comandancia y matan a Brisbane, a Dickson y a Simón. “Los gauchos llevados casi al frenesí –dice Leguizamón Pondal– con una furia patriótica, sacaron la enseña inglesa y, delirantes, enarbolaron la de Belgrano”. Fue así como Antonio Rivero y sus compañeros recuperaron el dominio de las Malvinas y se mantuvieron en ellas durante seis meses, totalmente ignorados de las autoridades argentinas y sin medios para comunicarse con el continente.
El 23 de octubre entró en Soledad la goleta inglesa “Hopeful”, comandada por Henry Rea, y al enterarse de la situación, zarpó nuevamente, sin atreverse a izar la bandera inglesa, para dar cuenta del cambio operado. Poco después llegó la “Antartic”, en demanda de alimentos, y Rivero le entregó varias reses de vacuno. Proveía, también, de carne a los demás pobladores, algunos de ellos recluidos en el islote Peat.
Viendo que no llegaban socorros de Buenos Aires, Rivero se dispuso a construir una balsa que pudiera conducirlos a la costa continental. No pudiendo cumplir sus deseos, porque el 3 de enero de 1834 entraban los buques “Challenger” al mando del capitán Seymur, y “Hopeful”, comandado por Rea, que había ido a buscarlo. Al frente de este contingente numeroso y armado venía el teniente de marina Henry Smith, enviado probablemente por el capitán Oslow. Smith enarboló nuevamente la insignia británica y organizó una partida para capturar a los criollos, que se habían alejado a la vista de aquel contingente armado. Después de sufrir una persecución encarnizada, que duró cerca de tres meses, y de haber perdido dos hombres, el gaucho Rivero, sin otra arma que su facón, extenuado y hambriento, se entregó.
Los ingleses labraron varias actas con las declaraciones de los presuntos testigos y de los prisioneros, naturalmente coaccionados, donde hacían aparecer como vulgares delincuentes a Rivero y sus compañeros. Después, engrillados, fueron transportados a Londres para ser juzgados por el Almirantazgo británico. Lo curioso es que el tribunal no encontró materia para condenarlos, sea porque no daba valor a las actas fraguadas, sea porque consideraba que los gauchos pelearon en defensa de un territorio argentino, que ellos habían usurpado y dispuso que fueran devueltos a su patria.
El vapor ‘Talbot’ viajó al sur y dejó a Antonio Rivero y a sus compañeros en Montevideo. De allí pasó Rivero a Entre Ríos, su provincia, según tradición oral, recogida por Leguizamón Pondal, el gaucho Rivero más tarde se habría enrolado en las milicias del general Mansilla y habría perecido en el combate de la Vuelta de Obligado.” (1)
Sin duda, una hermosa parábola, para un hombre sencillo y de escasa o nula instrucción como todo el paisanaje de su época, que, sin embargo, encendió una estrella de rebelión en las islas usurpadas…
La personalidad de Antonio Rivero ha sido motivo de discusión por parte de los historiadores, a pesar de su penosa y heroica vida. Fermín Chávez lo compara con “…la Nana Sahib, el indio que en 1857 encabezó la rebelión de los sepoys consumando una matanza de ingleses en la ciudad de Kanpur”. Otros, basándose en crónicas de origen británico sobre la sublevación gaucha, lo consideran un gaucho matrero. Para Vicente Sierra no fue “… ni bandolero, ni prócer”.
La Academia Nacional de la Historia, en un dictamen dado el 19 de abril de 1966, firmado por los académicos de número Ricardo R. Caillet-Bois y Humberto F.Burzio, dijo:
“Los antecedentes documentales hasta ahora conocidos, no son nada favorables para otorgar a Rivero títulos que justifique un homenaje”. “Es deber y responsabilidad de la Academia Nacional de La Historia, como institución asesora del Poder Ejecutivo, comprobar fehacientemente el hecho y si el mismo reviste carácter de verdad histórica indubitable de la defensa de la heredada patria”.
Fue este dictamen el que se invocó para anular la designación de Puerto Rivero para la capital del las islas, dada la mala impresión que causaba entre los habitantes que lo consideraban un forajido. Claro, la colonización de Australia la hicieron con becarios universitarios y el Ejército de Salvación. Finalmente, entre dimes y diretes, en lugar de restaurar el nombre histórico, Puerto Soledad, se eligió la originalísima denominación de Puerto Argentino.
Distinta ha sido la actitud de Gran Bretaña respecto a su venerado –e inexistente para los árabes– “Lawrence de Arabia”, un apasionado por la aventura y los muchachitos, al decir de Enrique Oliva, que el cine ha elevado a la categoría de mito al igual que otras fábulas históricas. (El indigesto bodrio de “El Álamo” es un buen ejemplo).
José María Rosa criticó ese dictamen, donde se juzgó con documentos ingleses la actitud de argentinos que quisieron vivir bajo el pabellón nacional, arriando el estandarte foráneo en Puerto Soledad.
(1) Moreno, Juan Carlos. “El gaucho Rivero habría caído con las milicias del general Mansilla en la Vuelta de Obligado” En: Suplemento del diario “Mayoría” 26 de agosto de 1974
(*) Miembro de Número del “Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”