La Justicia, según el derecho romano, es dar a cada uno lo que corresponde. El cristianismo ampliará este concepto y Santo Tomás de Aquino dirá que es una virtud moral distinta a las demás porque las dirige todas hacia el bien común. Es central y sin ella no hay armonía, no hay ni puede haber paz. La integridad territorial es uno de los valores que componen el bien común de la patria. La usurpación de una parte de aquella lo deshace y, por lo tanto, genera injusticia; y donde no hay justicia, no hay armonía, no puede haber paz. Hay quienes parecen desconocer este simple razonamiento que está en la base de nuestra cultura: no hay paz sin justicia. Cada día, cada segundo de la presencia invasora de Inglaterra en Malvinas es un acto de injusticia, un atentado a la armonía y a la paz mundial. Durante 182 años venimos siendo objeto de un acto de injusticia. Hace 182 años que nos han arrebatado la paz. Y cada día, cada segundo nuestra obligación imprescriptible es recuperarla, y con ella el bien común de la patria. Ningún argentino bien nacido no sólo jamás puede renunciar a este deber, sino, muchísimo menos, propiciar una paz sin justicia, a cualquier costo, que es como aceptar resignada y pusilánimemente la violenta y cínica imposición de la voluntad de uno de los más crueles imperios del planeta sobre nuestra patria.
Y, lo que es peor, sostener como la mejor política exterior la que favorece los intereses ingleses: silenciar el tema soberanía -orden de la Thatcher del 7/6/82-, consolidando la dominación británica; ser “flexibles” -eufemismo elegante de complacientes- ante la intransigencia de la diplomacia más feroz del globo y dejarnos amedrentar por el poder de veto inglés en la ONU. Y por último, “hablar con los isleños“-ahora el eufemismo enmascara la subordinación a una autoridad que no tienen ni quieren tener los “kelpers“con elogiosa alusión a las “relaciones carnales” del menemismo, por un lado, y por el otro ignorando todo lo que la Argentina ha hecho para mejorarles la vida sin pedir nada a cambio: instalación de gas de Gas del Estado, liberándolos de la esclavitud de la turba; único servicio aéreo -Aerolíneas y LADE- de y hacia el continente; combustibles YPF a mitad de precio de los traídos de Inglaterra; traslado y atención gratuita en hospitales del continente para enfermedades complejas; becas de estudios superiores para jóvenes; obsequio de toros reproductores y potrillos de raza y mucho más. Desde los ‘60 y menguando hacia fines de los ’70 por la acción del Falkland Islands Committee, un fuerte grupo “kelper“de presión a favor del status colonial y virulentamente opuesto a todo trato con la Argentina. Así, han logrado sostener -hasta un plebiscito- la flagrante contradicción de reclamar ante la Argentina el principio de “autodeterminación de los pueblos”, pretendiendo ser “independientes“, al tiempo de emperrarse en “ser ingleses” ante Inglaterra, hasta levantar un mo- numento a la Thatcher (LG, 13/1), responsable del asesinato de los marinos del “Belgrano”. Para abundar en este tema léase “La verdad sobre Malvinas, mi tierra natal” (Emecé, Bs.As., 1987), del malvinero Alexander Betts, quien recientemente votara como tal en Ushuaia (LA GACETA, 22/6) y fuera expulsado de las islas en 1982 simplemente por considerarse argentino. El compatriota que escribe Port Stanley, en vez de Puerto Argentino, no sólo se ha rendido, ha entregado el alma. Gracias a Dios que Belgrano y los tucumanos, sin otra cosa que su fe y su coraje, se le animaron al imperio borbónico -aunque también hubo “flexibles por la paz“que se quedaron en casa- y salvaron el destino de la Argentina y de Hispanoamérica. Algo que estuvimos muy cerca de repetir en 1982 -hecho reconocido por los ingleses, y esta vez enfrentando poderes planetarios- de no haber intervenido algunos Rivadavias que como aquel que ordenara al Ejército del Norte replegarse para defender el puerto de Buenos Aires abandonando al país, jamás creyeron –como sí lo hicieron Belgrano y los tucumanos- en los sagrados derechos de la Patria y la prodigiosa fuerza de nuestro pueblo. Detrás de la azul y blanca, los argentinos enarbolamos ideales: justicia, razón y verdad. Los ingleses, sólo la fuerza. Bajar esos ideales y resignarnos equivale, a lo mejor, a una paz, la de los cementerios. Seguir enarbolándolos con firmeza e hidalguía y confiar en la providencia, en cambio, nos enaltece como nación y por añadidura, abre el camino para que los isleños dejen de ser las “algas” (“kelpers“) de los británicos para convertirse en hijos plenos de la patria donde han nacido: la Argentina.
Arturo Mario Arroyo amarroyo@hotmail.com.ar
Y, lo que es peor, sostener como la mejor política exterior la que favorece los intereses ingleses: silenciar el tema soberanía -orden de la Thatcher del 7/6/82-, consolidando la dominación británica; ser “flexibles” -eufemismo elegante de complacientes- ante la intransigencia de la diplomacia más feroz del globo y dejarnos amedrentar por el poder de veto inglés en la ONU. Y por último, “hablar con los isleños“-ahora el eufemismo enmascara la subordinación a una autoridad que no tienen ni quieren tener los “kelpers“con elogiosa alusión a las “relaciones carnales” del menemismo, por un lado, y por el otro ignorando todo lo que la Argentina ha hecho para mejorarles la vida sin pedir nada a cambio: instalación de gas de Gas del Estado, liberándolos de la esclavitud de la turba; único servicio aéreo -Aerolíneas y LADE- de y hacia el continente; combustibles YPF a mitad de precio de los traídos de Inglaterra; traslado y atención gratuita en hospitales del continente para enfermedades complejas; becas de estudios superiores para jóvenes; obsequio de toros reproductores y potrillos de raza y mucho más. Desde los ‘60 y menguando hacia fines de los ’70 por la acción del Falkland Islands Committee, un fuerte grupo “kelper“de presión a favor del status colonial y virulentamente opuesto a todo trato con la Argentina. Así, han logrado sostener -hasta un plebiscito- la flagrante contradicción de reclamar ante la Argentina el principio de “autodeterminación de los pueblos”, pretendiendo ser “independientes“, al tiempo de emperrarse en “ser ingleses” ante Inglaterra, hasta levantar un mo- numento a la Thatcher (LG, 13/1), responsable del asesinato de los marinos del “Belgrano”. Para abundar en este tema léase “La verdad sobre Malvinas, mi tierra natal” (Emecé, Bs.As., 1987), del malvinero Alexander Betts, quien recientemente votara como tal en Ushuaia (LA GACETA, 22/6) y fuera expulsado de las islas en 1982 simplemente por considerarse argentino. El compatriota que escribe Port Stanley, en vez de Puerto Argentino, no sólo se ha rendido, ha entregado el alma. Gracias a Dios que Belgrano y los tucumanos, sin otra cosa que su fe y su coraje, se le animaron al imperio borbónico -aunque también hubo “flexibles por la paz“que se quedaron en casa- y salvaron el destino de la Argentina y de Hispanoamérica. Algo que estuvimos muy cerca de repetir en 1982 -hecho reconocido por los ingleses, y esta vez enfrentando poderes planetarios- de no haber intervenido algunos Rivadavias que como aquel que ordenara al Ejército del Norte replegarse para defender el puerto de Buenos Aires abandonando al país, jamás creyeron –como sí lo hicieron Belgrano y los tucumanos- en los sagrados derechos de la Patria y la prodigiosa fuerza de nuestro pueblo. Detrás de la azul y blanca, los argentinos enarbolamos ideales: justicia, razón y verdad. Los ingleses, sólo la fuerza. Bajar esos ideales y resignarnos equivale, a lo mejor, a una paz, la de los cementerios. Seguir enarbolándolos con firmeza e hidalguía y confiar en la providencia, en cambio, nos enaltece como nación y por añadidura, abre el camino para que los isleños dejen de ser las “algas” (“kelpers“) de los británicos para convertirse en hijos plenos de la patria donde han nacido: la Argentina.
Arturo Mario Arroyo amarroyo@hotmail.com.ar