La sociedad argentina les adeuda a los combatientes el desmantelamiento del conjunto de ideas-fuerzas falaces sobre el conflicto, instalado apenas regresaron, que ha destrozado su autoestima y es culpable directo de muchos de los suicidios que ocurrieron y siguen ocurriendo entre los veteranos.
18.04.2017Política
Nicolás Kasanzew *
Especial para LA PRENSA
Deambulando con mi camarógrafo por las posiciones de los combatientes en Malvinas, en más de una ocasión escuché la frase: "Cuando volvamos, ¿te imaginas el desfile que nos vamos a mandar?". Sin embargo, a 35 años de la guerra austral, la sociedad argentina aún les debe ese recibimiento. Y, peor aún, les adeuda el desmantelamiento del conjunto de ideas-fuerzas falaces sobre el conflicto, instalado apenas regresaron, que ha destrozado su autoestima y es culpable directo de muchos de los suicidios que ocurrieron y siguen ocurriendo entre los veteranos.
Por ejemplo, que eran "chicos de la guerra", y por ende tan solo dignos de lástima, cuando en realidad tenían la edad de todos los soldados de todas las guerras de la humanidad, incluidas las actuales. Obviando además, el hecho histórico de que el teniente coronel Herbert Jones, jefe de los paracaidistas británicos, nada menos, fue abatido en combate leal, frente a frente, por un conscripto argentino de 18 años, el cordobés Oscar Ledesma. Se entiende que los ingleses, protegiendo su orgullo nacional, prefieran mantener el episodio en una nebulosa.
Pero ¿por qué en la Argentina se sigue ocultando este y tantos otros hechos de coraje protagonizados por nuestros jóvenes guerreros?. Pues porque se derrumbaría como un castillo de naipes la fraguada percepción de que fueron absurdamente enviados al matadero.
A propósito, las expresiones "absurda aventura" y "loca aventura", empleadas demasiadas veces por nuestros políticos y periodistas para referirse a la gesta, están calcadas de los panfletos británicos, difundidos durante la guerra por las radios uruguayas, donde se invitaba a nuestros soldados a rendirse. Como también está tomado del arsenal propagandístico de Gran Bretaña, el latiguillo de que fue un enfrentamiento donde triunfó la democracia sobre la dictadura. Margaret Thatcher no podía anunciar "vamos a la guerra para recuperar nuestra colonia". Era demasiado incorrecto políticamente. Entonces hablaba de la dictadura argentina. Claro, aliada a ese gran demócrata que fue Augusto Pinochet.
Por otra parte, pocos reparan en que nosotros atacábamos a los ingleses con bombas MK17 y lanzamisiles Blowpipe, y que teníamos helicópteros Sea King, todo de fabricación británica, que la democrática Albión le había vendido poco antes al democrático general Videla.
Pero de todas las ideas-fuerzas mendaces que han llovido sobre la sociedad argentina respecto de Malvinas, una de las más nefastas es el supuesto alcoholismo de Galtieri. Reducir la guerra de Malvinas a la banalidad del whisky, seguir pintando esa verdadera gesta como la loca aventura de un general borracho, no sólo es faltar a la verdad histórica, sino también ayudar a perpetuar la desnacionalización del país y continuar ofendiendo a los combatientes.
Gerardo Mancisidor, un soldado conscripto herido en combate, me dijo cierta vez que si en 1982 hubiera pensado en que la guerra se hacía por el whisky y la soberbia, hoy estaría suicidado.
Esa es una de las cuestiones que no advierten quienes irresponsablemente siguen enarbolando el añejo ariete desmalvinizador de "el general borracho que nos llevó a la guerra". Seguir diciendo eso, es seguir empujando a los combatientes al suicidio. Porque es quitarle absolutamente todo sentido al esfuerzo, el sacrificio y el sufrimiento que pusieron. Es decirles que son un hato de imbéciles, porque se jugaron por los vahos de alcohol de un beodo, y no por la patria, como en realidad lo hicieron. Con toda la pesada carga que ya tienen los soldados veteranos, producto del ninguneo y la victimización de los desmalvinizadores, lo menos que se puede pretender de aquellos que dicen supuestamente respetarlos, es que borren de una vez de su cartera de argumentos la infamante muletilla del whisky.
Que encima es un mito. Nunca me crucé con el general Galtieri, pero investigué el tema y concluí que no era alcohólico, aunque su manera torpe de hablar y su voz aguardentosa se prestaban a confusión. Pero, además, es del todo irrelevante si Galtieri bebía o no. En referencia a Malvinas, lo único significativo es si fue un buen conductor militar. Y no lo fue, por lo cual las facturas que se le pueden pasar son inmensamente mayores. Sin embargo, "el whisky de Galtieri" es uno de los puntales de la campaña de desmalvinización.
Y cuando pensábamos que ya se habían agotado las armas de la panoplia desmalvinizadora, acaba de aparecer otra, la más siniestra de todas. Un soldado que no combatió, ya que en vísperas de la batalla de Monte Longdon dijo sentirse enfermo y se refugió en Puerto Argentino, Ernesto Alonso, del Regimiento 7, ha proclamado la delirante tesis de que en Malvinas existió "un plan sistemático de exterminio de conscriptos", por parte de la superioridad. Apoyado en primer lugar por Cristina Kirchner y ahora también por Adolfo Pérez Esquivel y las Madres de Plaza de Mayo, Alonso sostiene que nuestros combatientes allí caídos y sepultados, no son defensores de la patria, sino "víctimas de la dictadura".
El trasfondo político de su iniciativa está muy claro, y también el crematístico: es que las personas consideradas "víctimas de la dictadura" recibieron un cuarto de millón de dólares cada una, en concepto de indemnización. De paso, se vuelve a ensuciar la causa Malvinas, insinuando que en ese suelo hubo delitos de lesa humanidad, por lo cual hay que exhumar y estudiar los cuerpos.
Este grupo de profanadores de tumbas llama "N.N." a los guerreros en cuya lápida figura la leyenda "Soldado argentino solo conocido por Dios", lo cual es absolutamente incorrecto. Todos los nombres de los caídos se conocen perfectamente. Lo que se ignora es la exacta disposición de sus restos. Y esto es prácticamente imposible de determinar porque los huesos han quedado mezclados. Tanto porque, en muchos casos, las bombas y misiles desmembraron a los cuerpos, como porque en los primeros años estos permanecieron en fosas comunes. Es decir que la proclamada intención de identificarlos es solamente un pretexto para lograr otros fines, el primero de los cuales es ahondar la desmalvinización.
Y la desmalvinización, reinante desde la caída de Puerto Argentino, no es otra cosa que una forma de censura. Se puede hablar de las miserias de la guerra, pero no de sus héroes. Su intención última es instalar y mantener un derrotismo crónico en la masa del pueblo. Porque el derrotismo es padre del sometimiento. El pueblo no debe tener gestas heroicas recientes y tangibles, con rostros y apellidos, y con protagonistas de carne y hueso, sino sólo derrotas y "crímenes de lesa humanidad", para así poder manipularlo y expoliarlo mejor. De ahí el martilleo derrotista constante, aún bajo supuestas formas "artísticas".
* Periodista. Corresponsal de Guerra. Cubrió el conflicto de Malvinas en 1982, desde las islas.
18.04.2017Política
Nicolás Kasanzew *
Especial para LA PRENSA
Deambulando con mi camarógrafo por las posiciones de los combatientes en Malvinas, en más de una ocasión escuché la frase: "Cuando volvamos, ¿te imaginas el desfile que nos vamos a mandar?". Sin embargo, a 35 años de la guerra austral, la sociedad argentina aún les debe ese recibimiento. Y, peor aún, les adeuda el desmantelamiento del conjunto de ideas-fuerzas falaces sobre el conflicto, instalado apenas regresaron, que ha destrozado su autoestima y es culpable directo de muchos de los suicidios que ocurrieron y siguen ocurriendo entre los veteranos.
Por ejemplo, que eran "chicos de la guerra", y por ende tan solo dignos de lástima, cuando en realidad tenían la edad de todos los soldados de todas las guerras de la humanidad, incluidas las actuales. Obviando además, el hecho histórico de que el teniente coronel Herbert Jones, jefe de los paracaidistas británicos, nada menos, fue abatido en combate leal, frente a frente, por un conscripto argentino de 18 años, el cordobés Oscar Ledesma. Se entiende que los ingleses, protegiendo su orgullo nacional, prefieran mantener el episodio en una nebulosa.
Pero ¿por qué en la Argentina se sigue ocultando este y tantos otros hechos de coraje protagonizados por nuestros jóvenes guerreros?. Pues porque se derrumbaría como un castillo de naipes la fraguada percepción de que fueron absurdamente enviados al matadero.
A propósito, las expresiones "absurda aventura" y "loca aventura", empleadas demasiadas veces por nuestros políticos y periodistas para referirse a la gesta, están calcadas de los panfletos británicos, difundidos durante la guerra por las radios uruguayas, donde se invitaba a nuestros soldados a rendirse. Como también está tomado del arsenal propagandístico de Gran Bretaña, el latiguillo de que fue un enfrentamiento donde triunfó la democracia sobre la dictadura. Margaret Thatcher no podía anunciar "vamos a la guerra para recuperar nuestra colonia". Era demasiado incorrecto políticamente. Entonces hablaba de la dictadura argentina. Claro, aliada a ese gran demócrata que fue Augusto Pinochet.
Por otra parte, pocos reparan en que nosotros atacábamos a los ingleses con bombas MK17 y lanzamisiles Blowpipe, y que teníamos helicópteros Sea King, todo de fabricación británica, que la democrática Albión le había vendido poco antes al democrático general Videla.
Pero de todas las ideas-fuerzas mendaces que han llovido sobre la sociedad argentina respecto de Malvinas, una de las más nefastas es el supuesto alcoholismo de Galtieri. Reducir la guerra de Malvinas a la banalidad del whisky, seguir pintando esa verdadera gesta como la loca aventura de un general borracho, no sólo es faltar a la verdad histórica, sino también ayudar a perpetuar la desnacionalización del país y continuar ofendiendo a los combatientes.
Gerardo Mancisidor, un soldado conscripto herido en combate, me dijo cierta vez que si en 1982 hubiera pensado en que la guerra se hacía por el whisky y la soberbia, hoy estaría suicidado.
Esa es una de las cuestiones que no advierten quienes irresponsablemente siguen enarbolando el añejo ariete desmalvinizador de "el general borracho que nos llevó a la guerra". Seguir diciendo eso, es seguir empujando a los combatientes al suicidio. Porque es quitarle absolutamente todo sentido al esfuerzo, el sacrificio y el sufrimiento que pusieron. Es decirles que son un hato de imbéciles, porque se jugaron por los vahos de alcohol de un beodo, y no por la patria, como en realidad lo hicieron. Con toda la pesada carga que ya tienen los soldados veteranos, producto del ninguneo y la victimización de los desmalvinizadores, lo menos que se puede pretender de aquellos que dicen supuestamente respetarlos, es que borren de una vez de su cartera de argumentos la infamante muletilla del whisky.
Que encima es un mito. Nunca me crucé con el general Galtieri, pero investigué el tema y concluí que no era alcohólico, aunque su manera torpe de hablar y su voz aguardentosa se prestaban a confusión. Pero, además, es del todo irrelevante si Galtieri bebía o no. En referencia a Malvinas, lo único significativo es si fue un buen conductor militar. Y no lo fue, por lo cual las facturas que se le pueden pasar son inmensamente mayores. Sin embargo, "el whisky de Galtieri" es uno de los puntales de la campaña de desmalvinización.
Y cuando pensábamos que ya se habían agotado las armas de la panoplia desmalvinizadora, acaba de aparecer otra, la más siniestra de todas. Un soldado que no combatió, ya que en vísperas de la batalla de Monte Longdon dijo sentirse enfermo y se refugió en Puerto Argentino, Ernesto Alonso, del Regimiento 7, ha proclamado la delirante tesis de que en Malvinas existió "un plan sistemático de exterminio de conscriptos", por parte de la superioridad. Apoyado en primer lugar por Cristina Kirchner y ahora también por Adolfo Pérez Esquivel y las Madres de Plaza de Mayo, Alonso sostiene que nuestros combatientes allí caídos y sepultados, no son defensores de la patria, sino "víctimas de la dictadura".
El trasfondo político de su iniciativa está muy claro, y también el crematístico: es que las personas consideradas "víctimas de la dictadura" recibieron un cuarto de millón de dólares cada una, en concepto de indemnización. De paso, se vuelve a ensuciar la causa Malvinas, insinuando que en ese suelo hubo delitos de lesa humanidad, por lo cual hay que exhumar y estudiar los cuerpos.
Este grupo de profanadores de tumbas llama "N.N." a los guerreros en cuya lápida figura la leyenda "Soldado argentino solo conocido por Dios", lo cual es absolutamente incorrecto. Todos los nombres de los caídos se conocen perfectamente. Lo que se ignora es la exacta disposición de sus restos. Y esto es prácticamente imposible de determinar porque los huesos han quedado mezclados. Tanto porque, en muchos casos, las bombas y misiles desmembraron a los cuerpos, como porque en los primeros años estos permanecieron en fosas comunes. Es decir que la proclamada intención de identificarlos es solamente un pretexto para lograr otros fines, el primero de los cuales es ahondar la desmalvinización.
Y la desmalvinización, reinante desde la caída de Puerto Argentino, no es otra cosa que una forma de censura. Se puede hablar de las miserias de la guerra, pero no de sus héroes. Su intención última es instalar y mantener un derrotismo crónico en la masa del pueblo. Porque el derrotismo es padre del sometimiento. El pueblo no debe tener gestas heroicas recientes y tangibles, con rostros y apellidos, y con protagonistas de carne y hueso, sino sólo derrotas y "crímenes de lesa humanidad", para así poder manipularlo y expoliarlo mejor. De ahí el martilleo derrotista constante, aún bajo supuestas formas "artísticas".
* Periodista. Corresponsal de Guerra. Cubrió el conflicto de Malvinas en 1982, desde las islas.