2 DE ABRIL EN CUARENTENA
Este 2 de abril nos encuentra
“aisladas/os en casa”, en cuarentena, frente a esta sorpresiva pandemia que
afecta al mundo entero. En nuestro caso, como docentes trabajando desde casa,
mediante correos electrónicos, grupos de WhatsApp, plataformas virtuales y
diversas herramientas que utilizamos para poder seguir cumpliendo con el
trabajo educativo que tanto nos gusta.
En estos días, aquellos ligados a
las ciencias sociales, estamos pensando en el 2 de abril para trabajar la temática
y seguir construyendo memoria colectiva o “malvinizándonos”.
En nuestra ciudad, la Asociación
Veteranos de Guerra de Malvinas “Alberto Amesgaray” es, por medio de sus
integrantes, la vanguardia en esta importante tarea. Y es por ello que, por
medio de este documento, queremos agradecerles por su labor y compromiso,
siempre presentes en nuestros colegios, actos, charlas y homenajes.
Este 2 de abril no podremos
abrazarlos, estrechar su mano o saludarlos afectuosamente, pero vamos a
sumarnos a la convocatoria de la Asociación de embanderar nuestras casas con la
“celeste y blanca”, y cantar el himno nacional a las 21 horas. Luego se
guardará un minuto de silencio por los héroes caídos, cuyo “hogar” estará
eternamente en las islas.
En estos días, el ingenio popular
ya hizo normal la “aplaudida simultánea”, convocada por los medios y redes
sociales, como forma de agradecimiento a todas/os aquellas/os que nos cuidan,
nos protegen… y el 2 de abril es el día de nuestros héroes.
#nosquedamosencasa #recordamosMalvinas #recordamosnuestroshéroes.
Muchos de nuestros héroes permanecieron 74 días en los “pozos de zorros”
mojados, con frío, sin alimentos, con bombas y balas sobre ellos. Para seguir
aportando a la construcción de la memoria colectiva, y a modo de agradecimiento
a quiénes conforman la Asociación de Veteranos de nuestra ciudad, compartimos
con Ustedes un extracto del Plan de Lectura Nacional.
Docentes de Colegios Secundarios de General Pico
“TITO NUNCA MÁS” Plan Nacional de Lectura
AUTOR: Mempo
Giardinelli
El mundo se le vino abajo el
día que le cortaron la pierna. Solo tenía dieciocho años y era un centro
delantero natural, uno de los mejores número nueve surgido de las divisiones
inferiores de Chaco For Ever. Acababa de ser vendido a Boca Juniors, donde iba
a debutar semanas después, cuando recibió la citación para ir a la Guerra de
Malvinas y ahí empezó su calvario.
Le tocó estar en la batalla de
Bahía de los Gansos, en la que los cañones ingleses convirtieron las praderas
en un infierno. Una granada hizo volar por los aires la trinchera que había
cavado por la mañana y una esquirla en la pierna derecha le quebró el fémur y
lo dejó tendido boca arriba, mirando un punto fijo en el cielo como pidiéndole
una explicación. Enseguida reaccionó y, en medio de la balacera, se hizo un
torniquete para detener la pérdida de sangre. La herida no hubiera sido
demasiado grave si lo hubiesen atendido a tiempo, pero la incompetencia militar
argentina y la furia británica lo obligaron a permanecer allí por muchas horas.
Solo pudo llorar amargamente, inmóvil y aterrado, dándose cuenta, además de que
nunca más volvería a jugar al fútbol.
Lo encontraron horas más tarde
desvanecido, lo colocaron en una camilla improvisada y lo llevaron hasta el
comando del regimiento, que por esas horas empezaba a rendirse. La
desmoralización era general y nadie sabía quién mandaba, el desconcierto y la
falta de mando era total. Alguien, seguramente un oficial británico dispuso que
fuese operado de urgencia en uno de los hospitales de campaña y allí le
cortaron la pierna... Nadie supo ni sabrá jamás si fue lo mejor que se podía
hacer en aquel momento. Así terminó la guerra para Tito Di Tullio.
Cuando regresó al Chaco, las
autoridades de su club, le hicieron un homenaje en su cancha, con las tribunas
repletas, el público lo aplaudió de pie como a un héroe. Sin embargo todos
pudimos ver que Tito no se emocionaba ni sonreía; era apenas un cuerpo irregular
coronado por esa tristeza imbatible. Era una mueca mezcla de horror, angustia y
rabia, y vimos también como sus ojos velados miraban la gramilla con
resentimiento y más allá a unos chicos que jugaban con una pelota a la que Tito
hubiese querido patear para siempre.
Desde entonces, muchas veces
me pregunté cómo se hará para soportar semejante frustración. Los que estamos completos, no podemos ni
siquiera imaginar la dimensión de la tragedia, suponemos que es un fantasma que
jamás nos alcanzará, sin embargo, hace estragos en las vidas
de los otros.
Nunca más vi a Tito Di Tullio.
Nunca más volvió al estadio, ni lo volví a ver en la ciudad, ni lo seguí
buscando. Suelo pensar que esa es la clase de resultados que arrojan las
guerras idiotas: nunca hay un final, un verdadero final para sus protagonistas
anónimos. Sólo ellos y nadie más han de saber lo insoportable que es vivir con
el resentimiento quemándote el alma.