En homenaje a los héroes que regaron con su sangre un pedazo de su patria.

 Cuento
Deuda cancelada

En Malvinas, la luz de los disparos corría el telón de la noche, para dar con la posición del enemigo.
Mientras Alfredo intentaba descansar junto a Carlos un temblor  los sacudió.  
No tardó en llegar el sargento, quien no sabía como hablarles a quienes habían terminado la secundaria.
¿Cómo trasmitirles a los jóvenes que afuera los esperaba hombres y armamentos especiales que solo se conocen a través de películas extranjeras?
Tenían que salir y no había tiempo para registrar el miedo.   
De improviso, una bomba impactó sobre los cuerpos de tres  compatriotas, entre lo que se encontraba Carlos.        
Alfredo no quiso mirar. Prefirió  besar la medalla que llevaba  consigo. Al menos era lo único que le mantenía la esperanza de salir con vida de aquel infierno.
Sabía que tenía que hacer algo, pero sus piernas se negaron a moverse. Volvió a besar la medalla como para intentar ayudar. Buscó en la mochila  elementos de primeros auxilios. Sin embargo, era muy poco para semejante situación. Al ver que la radio de uno de los caídos funcionaba, probó de todas las maneras comunicarse con el grupo de apoyo.
El tiempo de espera se transformó en una eternidad. Sólo quedaba hablarles a los heridos para  mantenerles  la esperanza que pronto serían auxiliados.        
-Carlos: ¡No siento las piernas!
-Alfredo: Tranquilo amigo. Ya vienen a llevarte.   
-Carlos: ¡Me muero  y  tan lejos de casa!
-Alfredo: ¡No te voy a dejar!
-Carlos: ¿me prometes una cosa?
Alfredo presintió que le destrozaría el corazón en cuanto escuchara que deseaba. Se arrodilló para  poder escuchar su voz que se iba extinguiendo.  
-Carlos: Prométeme que vas a buscar a mi madre y ayudarla en lo que necesite.
Alfredo sintió como si una mano a sus espaldas le apresara la garganta.   
El sargento llegó y al verlo al lado del moribundo optó por callar. 
Una  leve expresión en el rostro de Carlos les anunciaba que se iba rodeado por el humo vil que expulsa la pólvora.
Alfredo con un fuerte dolor en su corazón continuó viaje junto al jefe. Sin embargo, no tardaría en hacerle frente. Como un trompo giró bruscamente para poder mirarlo a los ojos. De inmediato, le apuntó con su arma. Necesitaba respuestas para calmar la insoportable angustia
-Alfredo: ¡Nos enviaron como ganado! ¡Como si fuera poco a algunos les tocó viajar en  tren! ¡Muchos no alcanzamos ni a despedirnos de nuestra familia!
-¡Márchese, antes que haga un desastre con esta cosa!  ¿Me oyó?
Sin embargo, un solo impacto  de metralla cancelaría su indignación.
El sargento regresó con apuro. Aunque tarde, entre sus pertenencias quedó algo que le pertenecía a Alfredo y que había olvidado entregárselo.  
Pasaron treinta años.
Cuando los ex -compañeros visitaron el cementerio de Darwin, alguien se les adelantado. Para sorpresa de todos, al llegar a la tumba de Alfredo, observaron una frase sobre la cruz blanquecina. Allí estaban la frase final de la carta  que no alcanzó a leer y que fuera enviada por su profesor de historia.    
“Las Malvinas fueron, son y serán argentinas
Astudillo, Nora Susana
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