(infopico.com) Llegó tempano, como siempre, en compañía de su esposa...como siempre...aunque esta vez presentía que algo sería diferente, y lo fue.
Llegó tempano, como siempre, en compañía de su esposa...como siempre...aunque esta vez presentía que algo sería diferente, y lo fue. El “Vasco” Edgardo Amesgaray, siguió en detalle cada secuencia del acto, se emocionó, aunque de a momentos, su mirada se perdía como buscando entre el ondular de la bandera el rostro familiar de su "Vasquito"
En muchos momentos, entre el peso de los recuerdos, el dolor, los 35 años cargados sobre los hombros, bajó la cabeza, se frotó las manos y soltó alguna lágrima cuando, Griselda, por primera vez se animó a enfrentar su propio dolor hablando de su hermano.
Ahí estaba, sentado, en el más respetuoso de los silencios, metido en lo más profundo de sus pensamientos, como buscando que la mañana otoñal le devuelva lo que 35 años antes le robo un mar enfurecido y gélido.
Movió su cabeza muy lentamente de un lado al otro, buscando con la mirada a quienes durante tantos años se mantuvieron inquebrantables a su lado. Y ahí los vio. Justo parados detrás suyo, mudos, testigos del dolor, sabedor de que "No es más grande el que más espacio ocupa, sino el que más vacio deja cuando se va".
Sus manos se volvieron a cruzar, bajo la cabeza y lloró. Como padre. Como hombre. Lágrimas que salieron desde el alma. Como siempre...como cada vez...
Llegó tempano, como siempre, en compañía de su esposa...como siempre...aunque esta vez presentía que algo sería diferente, y lo fue. El “Vasco” Edgardo Amesgaray, siguió en detalle cada secuencia del acto, se emocionó, aunque de a momentos, su mirada se perdía como buscando entre el ondular de la bandera el rostro familiar de su "Vasquito"
En muchos momentos, entre el peso de los recuerdos, el dolor, los 35 años cargados sobre los hombros, bajó la cabeza, se frotó las manos y soltó alguna lágrima cuando, Griselda, por primera vez se animó a enfrentar su propio dolor hablando de su hermano.
Ahí estaba, sentado, en el más respetuoso de los silencios, metido en lo más profundo de sus pensamientos, como buscando que la mañana otoñal le devuelva lo que 35 años antes le robo un mar enfurecido y gélido.
Movió su cabeza muy lentamente de un lado al otro, buscando con la mirada a quienes durante tantos años se mantuvieron inquebrantables a su lado. Y ahí los vio. Justo parados detrás suyo, mudos, testigos del dolor, sabedor de que "No es más grande el que más espacio ocupa, sino el que más vacio deja cuando se va".
Sus manos se volvieron a cruzar, bajo la cabeza y lloró. Como padre. Como hombre. Lágrimas que salieron desde el alma. Como siempre...como cada vez...